Capitulo
XXIII
Tom
estaba en la cocina haciendo la merienda de Moritz, esa tarde la tenía libre y
no tenía mucho más que hacer que consentir a su pequeño hijo.
Moritz
escuchó la puerta sonar y se paró frente a ella.
—
¿Quién es? —preguntó esperando una respuesta para poder abrir.
No
se escucho nada, él pequeño niño frunció el ceño y corrió a la cocina.
—Papi,
alguien tocó la puerta, yo pregunté quién es y nadie me dijo nada.
Él
se limpió las manos y caminó hasta la puerta. ¿Quién podía ser a esas horas?
Casi nadie lo visitaba y dudaba mucho que fuera Gustav, él estaba ocupado en la
cafetería.
Al
abrir la puerta, para su gran sorpresa, Georg estaba ahí. Tenía los ojos llenos
de lágrimas, la nariz y las mejillas rojas por el llanto. Su corazón se arrugó
por completo, pero no sabía qué hacer. ¿Abrazarlo? ¿Decir algo? ¿Y sí lo que
decía lo hacía llorar más? Antes que todo tenía que saber el porqué.
También
tenía que saber ¿Quién le había dado su dirección?
Georg
suspiró y se sentó a un lado de la puerta mirando un punto fijo.
Tom
salió y se puso frente a él.
—
¿Qué… qué sucede Georg?
Él
no dijo nada. Sollozó bajo, cubriéndose el rostro con las manos.
Moritz
asomó su pequeña y castaña cabecita por la puerta, al ver a Georg, se le acercó
haciendo pucheros.
—Papi.
—Miró a Tom— ¿Qué le pasó a tu amiguito?
—No
lo sé hijo.
El
pequeño e inocente niño se acercó al que lloraba y le tomó las manos
apartándolas de su rostro, le agarró las mejillas con sus pequeñas manitos y le
secó cada una de las lágrimas.
—No
llores Giog.
Tom
contuvo el aire al ver lo que estaba haciendo su hijo. El nudo en su garganta
se hizo presente, definitivamente la sangre siempre llama.
Moritz
rodeo el cuello de Georg para abrazarlo. Tom no sabía que orillaba a su niño a
hacer eso pero sí sabía que había soñado con eso muchas veces. Padre e hijo
abrazados por primera vez. Era un sueño hecho realidad.
—Levántate
Georg, vamos adentro.
Georg
se levantó cargando a Moritz en sus brazos. Entraron al departamento y se
sentaron los dos juntos en el sofá.
Tom
se fue a la cocina a buscarle un vaso con agua a Georg, y al regresar vio a
Moritz sentado en el regazo de su padre. El corazón estaba a punto de
destrozarle el pecho así que trago fuerte. ¡Dios santo, eran tan parecidos!
Moritz
acariciaba el pecho de su padre mientras escuchaba atentamente lo que él decía.
Parecía estar consolándole. Cuando Tom llegó, Georg detuvo la plática y levanto
la mirada viéndolo.
—Toma
un poco de agua Georg.
Él
así lo hizo. Bebió un poco de agua y acarició el cabello de Moritz.
—
¿Ya te sientes mejor Giog? —preguntó con gesto preocupado.
Georg
asintió y sonrió un poco por la forma en que el niño pronunció su nombre.
—Estoy
bien Moritz, gracias.
—Bueno,
ya vengo.
Moritz
bajó del regazo de Georg y desapareció por el pasillo.
Tom
no podía dejar de pensar en la escena que acababa de ver. ¡Padre e hijo! Sus
más grandes amores juntos.
Se
mordió el labio para evitar decir algo indebido. Quería explotar y decirle ¡Es
tu hijo! Pero algo muy fuerte lo frenaba. El miedo.
—Que
educado y bonito es tu hijo. —Georg dejo escapar un largo suspiro.
—Gracias.
—«Es tuyo también»
—Perdona
que haya venido aquí… sólo necesitaba verte.
Tom
trago saliva. — ¿Qué te ocurrió?
—Mi
abuela… ella murió ayer.
El
moreno sintió pena por él. Hizo ademan de levantarse para darle un abrazo pero
se cohibió y permitió que siguiera hablando.
—Estaba
muy enferma desde hace mucho tiempo, tenía su gran corazón enfermo y su batalla
terminó. Se fue para siempre. —Sus ojitos verdes lagrimearon de nuevo.
—Oh.
—Tom sintió su dolor, él también había perdido una abuela muchos años atrás. —
siento mucho lo que ocurrió con tu abuela Georg, sé cuanto la querías. Piensa
que ahora está en un lugar mejor y descansa de esa batalla. No digas que se fue
para siempre, ella sigue ahí en tu corazón, del lugar que nunca saldrá, piensa
que algún día la volverás a ver.
—Entiendo
que todos cumplimos un ciclo de vida pero de verdad te digo que hubiera
preferido mil veces irme yo a que se fuera ella y dejara este enorme vacío en
mi corazón. Joder, no pensé que esto fuese a doler tanto.
—Te
entiendo. —Tom sintió que tenía que abrazarlo, así fuera en su propia contra,
tenía que consolarle. Dejar de lado todo lo que pasó y darle apoyo emocional. —
Pero él hubiera no existe, las cosas pasan porque es así, es ley de vida. Tu
abuela cumplió su misión y ahora está descansando en paz. —Se levantó y se
sentó a un lado.
Georg
levantó la mirada poniéndola fija en las orbes acarameladas de Tom. El tiempo
se detuvo cuando sus ojos se encontraron, el mundo dejó de girar, los pájaros
dejaron de cantar y se fundieron en un abrazo llenó de consuelo y cómo no…
Amor. porque aunque Tom no lo quisiera aceptar, la llama del amor que sentía
por Georg, estaba encendida como la antorcha de los juegos olímpicos.
Había
pasado tanto tiempo desde que se abrazaron por última vez, que Tom se sintió
abrumado. Su corazón estaba tranquilo porque sabía en los brazos que estaba.
Tenía
que romper ese contacto antes de hacerse daño… tenía, tenía que hacerlo, tenía tantas
cosas que hacer pero no podía. ¡No quería!
—Giog…
Moritz
apareció de nuevo obligándolos a separarse. El niño traia en su mano una paleta
roja, en forma de corazón.
—Giog,
te traje una paletita de las que me dio mi tío Gustav. Mi papi cuando esta triste
o enojado dice: “Me comeré un dulce para endulzarme la vida y olvidar los
problemas amargos” y yo creo que es verdad porque sonríe. Así que toma mi dulce
para que te sientas mejor.
Georg
y Tom sonrieron. Moritz se colocó en medio de los dos entregándole el dulce a
Georg. Esa escena era preciosa pues padres e hijo estaban sonriendo como si de
una verdadera familia se tratara.
—Gracias
Moritz.
—De
nada Giog. —el niño sonrió ampliamente.
Era
seguro que eso tenía que ver con el llamado de la sangre. Moritz era un niño
alegre y sociable pero tenía que pasar mucho tiempo para que tuviera tanta
confianza y entregara uno de sus dulces.
A
Tom se le revolvió el estomago imaginando que tenía que decirle a Georg quién
era el padre de Moritz.
Estaba
aterrorizado.
Algo
que era tan fácil, se convertía en la cosa más difícil.
—Papi
¿Giog se puede quedar a cenar con nosotros? —preguntó el niño observando el
rostro pensativo de su papá.
Tom
miró a Georg y luego a Moritz. Aquellos pares de ojos idénticos le miraban con
ternura y no podía evitar decir que no, al fin y al cabo había preparado
bastante comida en caso de que Gustav se aparecía con Raven esa noche.
—Sí
te incomoda que me quede a cenar no te preocupes, yo sé que no soy bienvenido
aquí.
Georg
se levantó mirando a Moritz. —Lo siento pequeñín.
El
moreno se levantó de un salto y le cogió el brazo al castaño.
—No,
está bien. Fue mi hijo quien te invito así que no tengo problema.
Moritz
saltó de su sitió hacia los brazos de Georg y sonrió emocionado.
—
¡Giog es mi amiguito también!
Ambos
padres rieron. En ese momento Tom ya no se sentía incomodo.
***
Estaba
nevando y hacía un frío cala huesos. Era normal un 24 de diciembre, la época
del año en la que se reunían todas las familias para compartir y esperar la
llegada del niño Dios.
Bill
estaba sentado en la que fue su cama antes de ser modelo. Había pasado toda la
semana ahí sin hablar con nadie más que con su madre. Desde lo sucedido con Tom
su madre se había apegado más a él, pendiente de cada paso que diera, ella
había sido uno de los motivos por los que decidió largarse de Alemania y vivir
la vida de un famoso americano. Su madre era una mujer bastante controladora y
el no era un muchachito al que debía controlar.
¿Su
padre? bien, su padre lo único que hacía desde que Tom se fue, era trabajar
como un esclavo en su empresa para no tener que llegar a casa y estar con
Simone.
Bonita
era su familia, de la que ya no quedaba más que una casa vacía y disfuncional,
ese lugar que debería brindarle la paz y lo único que sentía en ese momento era
dolor y un agujero negro en su alma.
Se
calzó los pies y caminó hacia la puerta de su habitación decidido a salir para
que su madre no subiera y empezara a darle un sermón de porqué debía bajar. Antes
de bajar las escaleras se detuvo en la que un día fue la habitación de su único
hermano, abrió la puerta, dejando escapar un largo suspiro. Lo extrañaba más
que a nadie en el mundo y más que todo, deseaba con todo el corazón, conocer a
su pequeño sobrino.
—
¡Maldita sea! —Comenzó a soltar improperios hasta que las lágrimas pudieron con
él y terminó derritiéndose como una vela encendida, sobre el suelo.
Su
hermano siempre le había dado todo su amor, lo había cuidado de todo el que
quisiera molestarlo por su apariencia ¿Y cómo le había pagado él? Cómo un
idiota cegado por la fama y el dinero.
“No puedes permitir que nadie sepa
que tu hermano quedó embarazado estando soltero, los periodistas la agarrarían
por ahí para hacer cualquier cosa y dejarte en mal”
Recordó
las palabras de su manager.
“Tú ya no tienes hermano Bill, tu
hermano murió cuando se fue de casa”
Fueron
las palabras de su madre.
“Todo esto que te sucede es el
precio que tienes que pagar por la corona que decidiste llevar”
Esas
exactamente fueron las palabras de su nuevo manager.
—
¡Dios porqué permitiste que fuera así el preció que tengo que pagar!
Pasó
quince minutos llorando, se levantó y se encerró en el baño para darse una
larga ducha. Al salir se puso su mejor vestimenta y bajó a sentarse en la mesa
junto a sus padres. Tenía algo muy importante que decir.
Simone
se acercó a la mesa con una botella de vino, sirvió en las tres copas sobre la
mesa y sonrió un poco observando a su hijo y esposo.
Ellos
dos parecían todo, menos felices.
La
pelirroja suspiró dejando su copa sobre la mesa.
—Vamos,
es noche buena, creo que deberíamos por lo menos sonreír un poco.
Jörg
bajó el periódico que leía, quitándose los lentes y alzando la ceja.
—No
veo porque sonreír.
—Yo
tampoco. —secundó Bill, quien se levantó mirándolos a los dos. —Y creo que ya
es tiempo de que diga todo lo que tengo dentro. Tú—señaló a su madre. — eres la
única causante de la destrucción de este hogar, preferiste dejar ir a tu hijo
embarazado por mantener la apariencia de “familia perfecta” cuando aquí todo se
derrumbaba desde antes de que eso sucediera.
Simone
quiso decir algo pero Jörg la detuvo.
—Dejé
solo a mi hermano cuando más me necesitaba, y no sabes cuánto me arrepiento de haberte
hecho caso. Te amo mamá, me diste a luz y siempre me has querido más que a nada
en este mundo pero has hecho tantas cosas que estoy decepcionado de ti. —El
ahora rubio platinado de aspecto más masculino, se acercó a su padre cogiéndole
suavemente por los hombros. —Estás a tiempo al igual que yo, de ir y pedirle
perdón a Tom por todo el daño que le hemos hecho. ¿Lo harás o vas a quedarte
aquí a vivir una vida mediocre y llena de dolor? porque sé muy bien que tú amas
a tu hijo.
Jörg
cerró sus ojos conteniendo el aliento, al mismo tiempo que Bill le soltaba para
esperar la respuesta. Simone estaba petrificada delante de ellos, con el labio
inferior temblando y los ojos llenándosele de lágrimas.
—Vamos
Bill.
Simone
abrió los ojos como platos y se interpuso en el camino de Jörg.
—Sí
tú sales de aquí para ver a Tom, te juro por Dios que esta casa no la vuelves a
pisar nunca más. ¿Le entiendes? —le tomó los brazos con autoridad mirándolo
directo a los ojos.
Jörg
se soltó de un manotazo procurando no golpearla a ella. Se puso del lado de su
hijo menor y miró a Simone.
—Estoy
cansado de dejarme llevar por ti, de vivir una vida infeliz sin poder
comunicarme con mi hijo sólo porque tú me los has impedido. Nunca te había
dicho estas palabras Simone María pero te puedes ir a la mierda con tu apariencia
y tu rencor. Estoy hasta los huevos de ti.
Bill
se quedó sorprendido también porque en los años que estuvo viviendo con sus
padres, nunca en sus veinticuatro años de vida le había escuchado de decir una
mala palabra a su padre.
—Quédate
con la casa si quieres, pero yo me largo.
Simone
quedo estupefacta. Bill le dio una última mirada esperando que ella dijera algo
o mostrara arrepentimiento pero lo único que hizo fue sacarlos a los dos a
empujones.
—
¡No volváis más nunca en lo que les
queda de vida! —gritaba desde la puerta. — podéis ir con el bastardo y darle
todo lo que quieran. ¡No los necesito!
Dándole
un portazo a la puerta Simone desapareció. Bill miró a su padre y lo abrazó lo
más fuerte que pudo. El abrazo fue correspondido con la misma efusividad.
—Vamos
al departamento de Tom y pidamos perdón por lo que hemos hecho.
—Antes
de hacerlo, debo pedirte perdón a ti. —Jörg tomó las manos de su hijo— te amo
mucho hijo mío.
Palabras
que había esperado por mucho, por fin dejaban la boca de su padre y se
instalaban en su corazón. No perdonaba con facilidad pero su padre merecía la
segunda oportunidad, padre es un padre en donde sea y aunque sea el peor del
planeta merece el perdón.
Nunca
es tarde para empezar desde cero.
AWWWW casi lloro con esto estuvo lindisimo voy al siguiente
ResponderEliminar