Capitulo XXI
Los
ojos de Tom se abrieron de par en par mirando todo a su alrededor, estaba en
una habitación de hospital y dos enfermeras le colocaban cables en el vientre
para hacer la monitorización de la frecuencia cardiaca del niño.
El dolor de las contracciones era fuerte pero
ya no sentía que iba a desmayarse. Cogió la mano de la enfermera y ella lo miró
con ternura.
—Todo
estará bien, en unos minutos cuando tengas a tu bebé en brazos te vas a sentir
mucho mejor.
Él
asintió con las lágrimas saliendo de sus ojos. Estaba aterrado por el bebé,
estaba aterrado por todo lo que le fuera a doler dar a luz a ese niño. Lo quería
fuera, no quería tenerlo más adentro porque dolía muchísimo.
Gustav
entro en la habitación desesperado. Su mejor amigo se le acercó y le besó la
frente para calmarlo. No era suficiente, con lágrimas en los ojos observó a su médico
y escuchó cuando comenzó a dar órdenes de prepararlo para llevarlo al
quirófano.
Una
hora después de comenzar con su labor de parto fue ingresado a la sala de
cirugía en donde le estaban por practicar una cesárea. Su mente estaba nublada
y lo único que deseaba era que todo saliese bien y su hijo estuviera en buen
estado. Le rogaba a Dios que lo que había sucedido en los primeros meses de
embarazo no afectara en nada a ese pequeñito que estaba por venir al mundo.
En
un momento, todos los días que pasó con Georg vinieron a su mente y recordó el
día en el que probablemente habían concebido al niño.
Era viernes recordaba, hacía
demasiado frío como para salir a algún lugar. El cielo estaba vacío y la luna
brillaba en todo su esplendor. Tom estaba sentado en el jardín trasero de su
casa cuando Georg apareció detrás de los arboles. Sorprendido, él se levantó y
corrió hacía él.
Georg le cogió por los brazos
dándole un cálido abrazo que le encendió el corazón y sin decir ninguna palabra
se lo llevó de la mano hasta el auto. En silenció Georg manejo hasta las
afueras de la ciudad. Tom no preguntaba nada porque sabía perfectamente bien
que su adorado novio no iba a contestarle.
Miró el lugar hacia donde se
dirigían pero no logró reconocer nada. Minutos después llegaron a una cabaña en
el bosque. Al bajar del auto, el frío lo hizo estremecerse, el lugar estaba muy
oscuro y le daba un toque tenebroso. « ¿Será qué va a matarme?» pensó temiendo
un poco por su vida. Quizás estaba exagerando pero no era algo normal ir a un
bosque con todo oscuro…
—No voy a matarte. —había dicho él
con una sonrisa picarona en los labios.
Tom supo que no pasaría nada malo y
se rió de sí mismo por si quiera haberlo pensado. Cuando entraron a la cabaña
se sorprendió de encontrar un lugar acogedor y romántico. Georg no era romántico,
la única vez que lo recordaba romántico era cuando se habían reconciliado.
Esa noche se habían amado y
entregado en cuerpo y alma, esa noche se habían unido de una manera tan
especial que parecía mágica. Esa noche aunque no se habían dicho que se amaban
Tom había sentido que esa entrega en cuerpo y alma significaba un te amo no
dicho.
Un
llanto fuerte retumbo en sus oídos, obligándolo a salir de sus pensamientos. Fue
ahí donde él supo que ya su niño había llegado. Una enfermera acercó al pequeño
envuelto en una manta azul cielo, y Tom lloró de amor y emoción al verlo. El
niño fue llevado a la sala de maternidad y él se quedo allí sin poder creer que
su bebé ya estaba fuera de su casita.
Horas
más tarde, él ya estaba en una habitación dormido. Cuando despertó una
enfermera venía entrando con el bebé en la cunita. Gustav se acercó a él y le
sonrió, él le devolvió la sonrisa pero su atención estaba puesta en el bebé que
estaba en la cunita.
—Es
precioso Tom. —mencionó Gustav cargando al niño y colocándolo en los brazos de
Tom.
Tom
asintió con una lágrima resbalándose por su mejilla. El pequeño era tan rosado
como un camarón, tenía apenas unas ebritas de cabello castaño y era enorme,
gordísimo. A él le pareció que el niño era como una bolita de nieve con tres
pelitos castaños. Se recordó de Georg al ver que su niño tenía la boquita de su
papá y la misma nariz. Era una enorme lástima que su padre no le conociera
porque de ser así lo amaría tanto como él lo estaba haciendo en esos momentos.
—Así
que estos es lo que se siente amar a alguien más que a ti mismo. —susurró
acariciando con sus dedos los labios fruncidos del niño.
—Eso
creo. —Gustav sacó su celular y le tomó una foto para enviársela a Raven. — ¿Cómo
vas a llamarlo?
Sinceramente
había pensado en muchos nombres pero no se había decidido por ninguno que le
gustara. Observó la carita del pequeño y pensó en un nombre que se pareciera al
suyo, pero la verdad era que ninguno de los que había pensado era bonito. Sólo
uno rondaba sus pensamientos y era el segundo nombre de Georg.
«Moritz»
—Creo
que mi niño se va a llamar Moritz. —Dijo en voz alta.
Gustav
se le quedó mirando sorprendido, él lo notó.
—Ya
sé que te sorprende pero quiero llamarle así por Georg. —suspiró. —. Aunque su
padre me dejara. —se detuvo mirando que Moritz entreabría los ojitos. — él se
parece mucho a él, siento que ese nombre le queda perfecto a mi bebé.
Moritz
abrió sus manitos y arrugó la nariz escuchando las palabras de su papá, abrió
sus ojos por completo y conoció por primera vez al hombre que lo llevo tantos
meses en su vientre.
Tom
sonrió al ver los ojos color verde esmeralda de su Moritz. Fue ahí, en ese
justo momento, que se dio cuenta de que no habría persona en este mundo que
amara y cuidara más a ese niño que él mismo. Ese vínculo de padre/hijo era
enorme.
Moritz
frunció el ceño observando detenidamente a su papi, pestañeo dos veces y cerró
los ojos sabiendo que ahora sí estaba seguro en ese nuevo mundo en el que le
tocaba vivir.
—Duerme
como un angelito. —susurró Tom cerca del oído del bebé, y el niño obediente
durmió plácidamente.
Ahora
que ya tenía a su niño en brazos, estaba seguro de que todo lo que hiciera
sería por y para Moritz. Ya no le dolía mucho que su propia familia lo
abandonara, ni siquiera que Georg se hubiera ido sin dejar rastro. Ahora lo
único que era importante y por lo que viviría feliz, se llamaba Moritz
Alessandro Kaulitz.
***
En
la primera semana de vida de Moritz, Tom tuvo que acostumbrarse a los horarios
en que el recién nacido se levantaba para tomarse el biberón. Su vida había
dado un giro inmenso y daba gracias a Dios que Gustav le estaba ayudando.
Se
mudó al departamento de Gustav porque no podía seguir pagando el suyo. Gustav
lo ayudaba en todo lo que podía mientras estaba en casa y no tenía que ir a la
universidad o hacer algún trabajo importante.
Él le pagaría toda su hospitalidad cuando consiguiera un buen trabajo.
La
tarea más difícil para Tom, fue tener que cambiarle los pañales sucios al bebé.
Odiaba hacerlo pero por su propio bien y del niño, tenía que aprender a lidiar
con eso. Moritz era un pequeño tranquilo que solamente lloraba cuando tenía
hambre o su pañal estaba sucio.
Cumpliendo
los tres meses de edad Moritz ya
mostraba cambios físicos bastante obvios. Era más parecido a Georg que a
Tom. Él niño ya sonreía mucho y Tom se
sentía orgulloso del pequeño.
Adoraba
verlo dormir, adoraba ver como sonreía mientras dormía. Todos los días Moritz
hacía algo nuevo que lo sorprendía, le hacía sentir un padre orgulloso y bueno.
De
Bill no supo más, lo único que se había enterado, era que se iba a los estados
unidos y no le dijo nunca nada. Él no conocía a su sobrino y eso no se lo
perdonaría fácil.
Raven
estaba de regreso y también le ayudaba con él niño mientras que Tom trabajaba
por las mañanas en una secundaria como maestro suplente. Había logrado
conseguir ese empleo gracias a Gustav, él se comportaba como un verdadero
hermano.
Aceptaba
que Georg le hacía falta, pero estar con Moritz hacía que ese amor se esfumara
con el paso del tiempo. Su niño merecía su corazón entero y eso le daría
siempre.
El
quinto mes de edad de Moritz, Tom lo disfrutaba muchísimo. Su niño era tan
bello e inteligente que lo llenaba de orgullo. El tío Gustav vivía comprándole
cosas al adorable bebé que nunca estaba triste, siempre sonreía tan enorme que
enamoraba a todo el que le conociera. Era un niño feliz, un niño tranquilo y
con un padre que lo adoraba y cuidaba.
Ya
Tom era un experto cuidando de su hijo, el niño ya había comenzado a comerse
las papillas que su papi le preparaba, comía de todo.
Un
día estando ellos dos en la cocina, llegó Gustav junto a Raven con un regalo
para el pequeño Moritz. El orgulloso padre a veces se sentía incomodo con todos
esos regalos pero no podía decirle que no a sus amigos que lo compraban con
tanto amor.
—
¿Dónde está el gordito más bonito de la tía?
Moritz
alzo los bracitos hacia Raven soltando gorgojeos de bebé. Raven hizo ademan de
cargarlo pero al ver que estaba lleno de papilla retrocedió para buscar con que
limpiarlo pero el pobre tío Gustav fue quien pago la rabieta del niño. Moritz
cogió con su manito, un gran puño de puré de papá y se lo lanzo en la cara al
pobre tío. Todos empezaron a reír de la primera travesura que esa bolita de
nieve había hecho.
***
Moritz
cumplió los ocho meses de edad, estaba enorme y precioso, sus cabellos castaños
crecían tan rápido que Tom tenía que estárselo cortando para emparejarlo, sus
ojos esmeraldas tenían un brillito especial que hacía que el corazón agujereado
de su papi se hinchara de adoración y sonriera con emoción. Moritz era tan
blanco y adorable que parecía un muñeco de porcelana, llamaba la atención de
todos los que le vieran por la calle. Era todo un galán entre los niños que
iban al consultorio de su pediatra.
Las
maestras de la secundaria donde Tom daba clases de Biología estaban
encantadísimas con ese pequeño niño que Tom algunas veces tenía que llevar por
no tener quién se lo cuidara. Todas se turnaban para cuidarlo y Moritz era
feliz de estar entre tantas mujeres que lo mimaran, porque eso sí, Moritz era
un niño que le encantaba estar rodeado de gente que lo estuviera apapachando.
***
Moritz
cumplió un año de edad, Tom logro reunir lo suficiente como para comprarse un
departamento y dejar el de Gustav. En un principio su mejor amigo se oponía
pero ya era hora de que se buscara un lugar íntimo en el que vivir con su hijo.
Al
pequeño Moritz le encantaba andar correteando por la casa en pañales y Tom
tenía que estar detrás de él poniéndole ropa, aunque al darse la vuelta Moritz
hiciera de las suyas y terminara como Dios lo había traído al mundo. Desnudito.
Para
Tom aun era difícil vivir sólo con su hijo, sabía que Moritz necesitaba un
padre, pero sinceramente él no quería tener a nadie más. Georg había sido su
primer y último amor y así se iba a quedar.
Aún
se preguntaba por qué se había ido tan de repente, pero en esos años aprendió a
vivir con el recuerdo de un amor que le había dado a lo más bonito que tenía en
su vida. Esperaba no volver a encontrarse a Georg nunca más porque tampoco
quería decirle que tenía un hijo y tal vez fuera una decisión estúpida pero era
su hijo y él decidiría que hacer en dado caso que se volvieran a ver algún día.
Sus
padres nunca volvieron a contactar con ellos. Bill lo hacía dos veces al mes y
aunque le doliera, no quería molestar a su gemelo. Con Moritz, Gustav y Raven
era lo suficiente para estar tranquilo porque ellos tres eran su única familia.
Seguía
trabajando en la secundaria pero ahora no era maestro suplente, tenía sus
propios estudiantes porque era un buen biólogo y el director estaba encantado
con el rendimientos que tenían sus estudiantes.
Por
las noches Tom estudiaba en la universidad para sacar una licenciatura que le
permitiera ganar dinero como un profesional. Estaba contento con su trabajo y
eso era lo que deseaba.
Los
siguientes dos años fueron buenos. Con sus altas y bajas, pero Tom estaba
contento de tener a su pequeño niño precioso gozando de buena salud. Moritz
estaba grande, hablador y poseía todos los rasgos característicos de su padre
Georg. Lo que tenía de Tom era su enorme corazón.
Tom
se graduó de licenciado en bilogía y química, ejerció su profesión durante dos
años y medio, luego se retiró por un tiempo para estar al pendiente de su hijo.
Durante el tiempo que estuviera libre de las clases trabajaría en la cafetería
que su buen amigo Gustav había puesto en el centro de la ciudad de Berlín.
A
pesar de tener el corazón dolido todavía, tenía una vida tranquila en la que el
pasado no era más que un recuerdo. Moritz era el único centro de su universo.
¡Por Dios! yo deberia estar limpiando pero, no resisti leer me encanta tu historia y soy adicta a ella leo el siguiente
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