Capitulo
XXV
—Estoy
deseando que los gordos nazcan Rav, espero que hoy en la consulta te digan la
fecha aproximada para el parto. —Tom besó la mejilla de Raven y le acarició el
vientre. — Llámenme a lo que salgan, yo estaré aquí hasta las cinco. Iré a
buscar a Moritz a las cinco y media y nos vemos en casa.
—Claro
que sí mi monito. —sonrió ella abrazándolo fuerte. — te quiero muchísimo.
—Yo
a ti dulzura.
—Tom,
cuando vayas a cerrar la puerta, procura que el cerrojo quede bien. Voy a tener
que llamar a alguien para que revise las
cerraduras, están fallando.
—Claro
Gus, cerrare bien, lo prometo.
—Esta
bien, nos iremos.
Gustav
y Raven salieron del local tomados de la mano. Él sonrió al verlos irse porque
le hacía mucha ilusión verlos tan felices.
La
tarde transcurría bien. Un cliente
entraba, hacia su pedido y se iba, entraban parejas de enamorados, se sentaban
a tomar un café y luego se iban.
Tom
miró el reloj de pared y se dio cuenta
que ya iban a ser las cinco en punto de la tarde, le dijo al personal que ya
debían retirarse y se quedó solo subiendo las sillas a las mesas. Le quedaban
veinticinco minutos para llegar puntual a buscar a su pequeño gordito.
Tenía
los minutos contados. Cuando terminó de subir la ultima silla, escuchó el
sonido de las campanitas de la puerta anunciando que alguien había entrado.
—Disculpe,
ya cerramos y…
Las
palabras se detuvieron en su boca. Era Georg.
«Vaya,
hasta que decide aparecer»
—No
puedo hablar contigo, tengo que hacer algunas cosas y yo…
Los
labios de Georg cubrieron los suyos haciéndolo quedar con los ojos abiertos por
la sorpresa. Sus… sus labios. Oh buen Dios. Trató de apartarlo, trató con todas
sus jodidas (pero inútiles) fuerzas de apartarlo pero Georg ejercía una presión
muy fuerte en su nuca y cuerpo. No le quedó de otra más que rendirse a esos
labios prohibidos y tan deliciosos. Además tampoco era que quería separarse, se
sintió en el cielo, Georg lo haría volar.
Y
voló.
El
tiempo se detuvo en ese justo momento. Evitó pensar en otra cosa más que en
esos brazos que lo apretaban fuerte y se relajó, le rodeó el cuello con los
brazos y se dejó llevar por él castaño.
¿Cuánto
tiempo tenía que no le besaban? Le encantaba el sabor de la saliva de Georg,
era una mezcla de sus sabores preferidos, joder, iba a tener una erección.
Su
cuerpo entero estaba reaccionando a aquel movimiento de labios, al rose de sus
cuerpos, a las caricias que le propinaba el mayor, a todo.
Georg
se detuvo un segundo para respirar y aprovechó que Tom tenía la boca abierta
para introducir su lengua y explorar hasta el más pequeño lugar de la boca del
moreno.
Buen
Dios, le estaba dando vueltas la cabeza.
No
supieron cuanto tiempo pasó hasta que Georg rompió con el beso y pegó su frente
a la de él.
—Déjame
decirte todas las cosas que necesito.
Tom
estaba jadeando, abrió sus ojos y al caer en la realidad, lo único que se le
ocurrió hacer fue darle una cachetada con fuerza.
—Perdóname
Tom.
—
¡¿Qué te perdone dices?! ¡¿Cómo demonios quieres que te perdone todo el daño
que me hiciste?! —gritó enojado. Por el beso, por el daño provocado, por todo.
La adrenalina subía por su cuerpo.
—Sé
que fui un estúpido…
—
¿Estúpido? No Georg, no fuiste un estúpido, fuiste un idiota, desgraciado, poco
hombre, hijo de puta, chupa pollas, cobarde y pare de contar, que lo único que
hizo desde el principió fue jugar con los sentimientos de un pobre idiota que
le amó con todo lo que podía. Que se entregó en cuerpo y alma, aún cuando sabía
que esa relación no iba a llegar a ninguna parte. —se quebró por dentro, pero
evitó soltar las lagrimas que ya no podía contener, estaba enojado consigo
mismo, estaba enojado con Georg y aceptando que había sido un idiota también.
Georg
le miraba tratando de calmarlo pero sería mejor que lo dejara descargarse.
—Lo
sé Tom… yo lo sé pero si me dejaras explicártelo…
—
¿Lo sabes? —gritó. —No sabes nada, no sabes lo que fue tener el corazón
destrozado y tener un…—pensó en Moritz y se detuvo mirando el reloj en la
pared. Se pasó media hora peleando y no se dio cuenta que casi iban a ser las
seis de la tarde —Mierda, ¡Moritz! Debes salir ¡ahora!
—
¿Qué pasa con tu hijo?
—Son
más de las cinco y media, se suponía que debía ir por él a esa hora ¡Joder! Es
tu culpa. —se apresuró a coger su abrigo y caminar a la puerta. —sal ya por
favor.
Georg
le hizo caso y salió quedándose a su lado, mirando como con nerviosismo Tom
cerraba la puerta.
Una
vez que Tom cerró la puerta, se acercó a la parada de taxis. Intento de todas
las maneras que un taxi se detuviera frente a él pero nada ocurría.
Joder.
Maldita
sea, joder.
—Yo
te llevo Tom. —se ofreció Georg.
Tom
volteó a mirarlo enojado y pensó en decirle un rotundo NO muy grande, pero no
se podía dar el lujo ya que Moritz estaba solo con sus maestras.
Triple
joder.
—Acepto
solamente porque necesito llegar rápido y los estúpidos taxis se han dado la
gran bomba de no detenerse.
—Estas
pasando mucho tiempo con Raven, hablas como ella. —se rió viendo el rostro
enojado de Tom, se veía lindo enojado.
El
moreno le fulminó con la mirada. — Vamos antes de que me arrepienta.
El
castaño asintió y buscó su auto. Era una Tahoe en color negro último modelo.
Tom se preguntó en ese momento si Georg era aún mantenido por sus padres, sería
el colmo.
Se
subió a regañadientes manteniéndose en
silencio por todo el camino hasta llegar al kínder donde dejaba todas las
mañanas a su niño.
—Gracias
por traerme. —dijo de mala gana y se bajó cerrando la puerta. Quería tirarla
pero eso sería de mala leche y no era ningún niño chiquito.
Al
llegar al salón de Moritz, vio a su niño sentadito muy tranquilo, coloreando al
lado de una de las auxiliares de preescolar. Su maestra ya no estaba.
—Oh
mi niño. —dijo entrando.
Moritz
alzó su cabecita castaña sonriendo, se levantó y corrió. Tom tenía los brazos
abiertos para recibirlo.
—Ven
aquí mi niño.
Pero
el niño tomó otro rumbo, le pasó por un lado a su padre y se guindó de la
pierna de Georg riendo.
—Hola
Giog, viniste aquí con mi papi. —cerró sus ojitos feliz.
Tom
abrió sus ojos desmesuradamente, no le daba crédito a lo que acababa de hacer
moritz. Georg se inclinó y lo cogió en brazos dándole un tierno beso en la
mejilla.
—
¿Cómo estás campeón?
—Bien,
feliz de que vinieras con mi papi a recogerme. —susurró al oído de Georg. —
como cuando a mis amiguitos los vienen a buscar su mami y su papi.
El
moreno tragó fuerte, acomodó su camisa y miró a Georg cargando a Moritz.
Demonios,
tenía que decirle que Moritz era su hijo.
—Moritz
esperó pacientemente hasta que usted llegará señor Kaulitz, por cierto, debo
informarle que Moritz fue escogido para una obra de teatro llamada la ratita
presumida él es uno la ratita presumida — miró al niño platicando con Georg. — y debe
memorizar estas palabras. —la auxiliar le dio un papel con un pequeño párrafo. —
es para el diez de febrero. —sonrió.
Tom
asintió volviendo a colocar la mirada en Georg y Moritz.
Moritz
le picaba la nariz a Georg y él le picaba los cachetes.
Estaban
de fotos, sí señor.
—Papi,
tómanos una selfie.
El
padre alzó la ceja mirándolo con extrañeza.
—
¿Cómo dijiste Moritz?
—Una
selfie papi, Lupita se toma muchas conmigo y dice: “Esta foto selfie es para
instagram gordito, seremos sensación” y el tío Gustav también le dice a la tía
Raven que se tomen muchas selfie.
—Oh
mi Dios, debó alejarte de esos dos. —se rió un poco y sacó su celular. —sonreíd.
Moritz
hizo una señal de paz & amor mientras sonreía amplio y Georg lo abrazó un
poco más sonriendo de la misma manera que el niño.
No
había ninguna duda, hasta en la sonrisa eran parecidos.
—
¿Nos vamos? —preguntó Georg con una enorme sonrisa en el rostro.
—Sí.
Tom
salió primero en silencio, no sabía que decir.
Lo mismo fue cuando llegaron al frente del
edificio donde vivía. No tenía ni la más remota idea de que decir en ese preciso
momento. Las palabras que diría no iban a ser buenas así que decidió callar.
—
¿No vas a quedarte Giog? —preguntó Moritz aleteando sus tupidas y negras
pestañas.
—No
puedo campeón, tengo algunas cosas que hacer.
—Oh.
—el niño suspiró bajando la mirada.
—Pero
prometo que el sábado vendré a buscarte para que hagamos algo juntos. ¿Quieres?
Y claro, si tu papá te deja y quiere venir con nosotros dos. —alzó su bella
mirada esmeralda viendo a Tom.
Moritz
miró a su papi esperando una respuesta.
Tom
estaba pensándolo seriamente. No podía negarse, no encontraba ninguna jodida
excusa.
—Bien.
—
¡Sí! —exclamó Moritz emocionado.
Georg
miró a Tom y se despidió de él dándole y rápido beso en la mejilla.
—Aún
tenemos muchas cosas que hablar Tom, no me voy a dar por vencido hasta que
dejes la tozudez y escuches lo que te tengo que decir.
El
joven no dijo nada. Se bajó junto a su hijo y entró al edificio sin mirar a
atrás.
No
quería pensar en nada, lo único que quería era acostarse a dormir y no saber
del mundo hasta dentro de mil años.
***
Muy
temprano en la mañana Tom se levantó y preparó a su hijo para llevarlo al
kínder. Tenía cansancio y estrés provocado por los últimos días en los que lo
único que podía pensar era en Georg y en lo que tenía que decirle acerca de
Moritz.
Era
difícil confesarle a Georg sobre su hijo, por el simple hecho de que tenía miedo
a la reacción de éste y sinceramente hablando, no deseaba que su hijo fuera
rechazado por su padre o en el peor de los casos que Georg decidiera
quitárselo. Sólo pensar en que se lo quitaban le revolvía todo por dentro.
—Papi
no quiero ir al kínder hoy.
—Tienes
que ir bebé, debes aprender mucho.
—Pero
soy un bebé chiquito, yo no quiero aprender todavía. —susurró haciendo mohines.
Tom
se acercó a él y le cargó besándole la mejilla.
—No
importa que seas un bebé chiquito de papi, tienes que estar con tus amiguitos y
aprender todo lo que te diga la maestra mi niño.
—Bueno
papi, está bien.
El
orgulloso padre, bajó a su hijo de sus brazos y lo vio encaminarse hacia la
mesa para tomar su vaso con leche. Se dio la vuelta para terminar las tostadas,
en ese momento su celular sonó en su bolsillo. Al observar la llamada contesto
rápido, era Gustav.
—
Buenos días princeso. —rió.
—Tom han robado en el local, lo han
destrozado completamente. —se escuchó la voz afectada de su mejor amigo.
—
¿Qué? —No daba crédito a lo que estaba escuchando, tenía que estar bromeando.
—La policía está aquí revisándolo todo,
necesito que vengas por favor.
—Vale,
estoy ahí en menos de lo que canta un gallo. —cortó la llamada y miró al niño.
—Moritz, hoy no iras al kínder, voy a dejarte con el tío Bill.
—
¿Con el tío Bill? ¡Sí! —Gritó emocionado— el tío Bill es divertido.
Tom
salió corriendo a terminar de calzar sus pies, en el camino llamó a su gemelo y
le pidió por favor que cuidara de Moritz, por suerte Bill no tenía nada que
hacer ese día.
El
joven llegó exactamente como había dicho, en menos de lo que cantaba un gallo. Vio
a un montón de gente observando el lugar, las luces de las patrullas
policiacas. Se sintió mareado.
Al
entrar se encontró con Gustav hablando con un policía.
—
¡Tom! por fin llegaste. —Gustav le dio un abrazo.
—
¿Qué diablos ocurrió aquí Gus? —preguntó preocupado.
—No
hay señales de forcejeo en las puertas, al parecer estaban abiertas cuando los
ladrones entraron aquí. —dijo el policía que recién llegaba a informar.
—
¿Qué? pero si yo cerré las puertas bien ayer… yo…
Su
mente viajó hasta el momento en que salió apresurado por ir a buscar a Moritz
en el kínder. Todo era su culpa.
—Gustav
lo siento, lo siento tanto. —se lamentó llevando las manos a su cabeza. — debí
haber cerrado mal…
—
¡Te dije que cerraras las puertas bien Tom, joder! —gritó el rubio mostrándose
bastante enojado.
—Te
juro que no fue mi intensión, Georg estuvo aquí y se me hizo tarde para ir a
buscar a Moritz. Discúlpame por Dios, pagaré la mitad de los daños, pero sabes
que no lo hice porque yo quise. —sonaba desesperado, se sentía idiota, era
culpa suya y también de Georg por haberlo distraído.
—Será
mejor que me dejes solo con esto, ya después veremos que hacemos, ve con tu
hijo. —Dijo Gustav de repente, su rostro estaba sereno pero no sabía a ciencia
cierta que estuviera pensando, él era bastante impredecible.
—Pero
déjame ayudar, necesitas quien te acompañe y yo…
—Dame
las llaves del local, ve a casa y tranquiliza a Raven, por favor.
Tom
se dio por vencido y sacó las llaves del local, entregándoselas a su amigo en
sus propias manos. Se sentía falta por haber cometido semejante error tan
grande.
Mientras
caminaba hacia el edificio donde Raven y
Gustav vivían, se topó con alguien a
quien tenía muchísimo, demasiado tiempo sin ver, y como no, no era nada
agradable de ver.
—Vaya,
que bueno volver a verte.
—No
puedo decir lo mismo.